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BRAVO, CARLOS GIMÉNEZ: prólogo José Pulido, textos Carlos Giménez, entrevistas viviana marcela iriart






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“Por eso nos afectan tanto los recuerdos, las fechas,
los días de cumpleaños, los nacimientos y
las despedidas. Algo de nosotros se queda en
los calendarios sin uso, tal vez para continuar aquella
tradición temprana de coleccionar
tarjetas postales.” 

Carlos Giménez​, 28 de febrero 1991
El Nacional, Caracas 






CARLITOS SIN OLVIDO por JOSÉ PULIDO

Hace poco tiempo Carlos Giménez estremecía y emocionaba los escenarios montando obras  de teatro que se convertían en acontecimientos de la cultura latinoamericana. Quienes fueron espectadores de aquella época teatral sienten que eso fue ayer nomás. Pero en realidad, los años pasaron como una angustiosa tromba, tan aprisa, que hoy, cuando se menciona el nombre de Carlos Giménez, muy pocos individuos de las nuevas generaciones saben de quién se está hablando y por qué. El olvido es una injusticia.

Sin embargo, la memoria que envuelve como una matriz a Carlos Giménez, está allí, consolidándose en hemerotecas y bibliotecas, en la historia del teatro mundial y latinoamericano. Y siempre habrá alguien transitando los ámbitos de los archivos y los recuerdos. Alguien que perennemente se encontrará con Carlitos y sus hazañas en el arte y lo mencionará y lo hará renacer.

Con su trabajo elaborado en un nivel que suscitaba admiración y asombro, Carlos Giménez  logró que resultara imposible olvidar su obra y su carismática persona. El día que captó la atención de una creadora llamada Viviana Marcela Iriart, se puso en marcha la maravilla de incorporar la palabra del espectador al proceso mágico y emocional del teatro.

Transcurrieron los años sin ese teatrero portentoso y siguen transcurriendo con ese vacío, pero ahora Viviana se ha dedicado a buscar la opinión de muchos latinoamericanos sobre lo realizado por Carlos Giménez en el teatro, y muy particularmente en la escena venezolana.

Ella ha logrado que mucha gente saque a relucir sus recuerdos, sus vivencias con Giménez y eso enriquece esta memoria y ahuyenta el olvido. Porque cada persona escogida conoció a Carlitos, lo trató, lo vivió como una temporada dinámica, transformadora y muy especial del arte escénico.

Leonardo Azpárren Jiménez dijo algo tan auténtico y sincero que vale la pena reproducirlo aquí:
 "La muerte de Carlos Giménez significó para el teatro la pérdida de su dirigente más importante y más temido, incluso por las instancias gubernamentales. Porque más allá de su labor como director, que fue sumamente importante porque nadie pudo ser y nadie podrá ser indiferente a sus criterios sobre la puesta en escena y sobre la forma como él construía sus espectáculos, supo ser un gran dirigente con una marcada influencia social. De tal manera que el teatro venezolano no ha vuelto a tener una persona como él. Yo, que lo critiqué duro y que la gente en el mundo del teatro sabía que no había una sintonía buena entre nosotros dos, reconozco que su ausencia es una de las peores cosas que le ha ocurrido al teatro venezolano”.

En medio de sus reflexiones honestas y certeras, Marta Candia dijo “Hola Carlitos, no estoy recordándote porque siempre estás en el tiempo que pasa tan rápido...”. Y por su parte, Sonia Martin también le habló al hombre y su recuerdo: “Viniste a este mundo a hacer lo que tenías que hacer y lo has hecho perfecto. Te puedes ir con tranquilidad y los honores te los pondremos nosotros, los que te admiramos”.

Cada persona motivada por Viviana Marcela Iriart, fue haciendo un retrato de Giménez, un perfil revelador y eso se verá, más temprano que tarde, como un álbum valioso de la familia latinoamericana. No hay alabanzas inmerecidas ni descripciones exageradas: sólo reconocimientos de un espíritu y de una obra colocados en la justa balanza del arte.

Pilar Romero,  una de las mejores amigas y compañeras de teatro de Carlos Giménez en Venezuela expresó: “Es el gran ausente de la escena venezolana. En la época de los festivales internacionales estaba en Caracas –sin muchos recursos- el mejor teatro del mundo y Carlos siempre con su voz de mando decía ¡Puerta libre!  Era teatro del primer mundo sin tener que costearnos caros pasajes a tierras lejanas. Fueron banquetes artísticos…Tenía una generosidad que se perdía de vista”.

La actriz Norma Aleandro, cuyo talento es recordado siempre en Venezuela, comentó lo siguiente sobre Carlos Giménez:
“Es imposible no sentir la ausencia de un ser semejante, que ha dejado una huella imborrable en la cultura de un país y del mundo”. 

 Carlos era un ser humano tan individual que brillaba en cualquier oscuridad y bajo las luminarias del más intenso encandilar. Pero sabía unir a las personas en torno a una idea sin que se convirtiesen en masa amorfa, porque nada le gustaba más que la libertad de pensar por sí mismo.

Carlos Giménez hablaba con el sonido fascinante de la verdad, que en teatro se vuelve poesía y termina invocando al espíritu de Shakespeare. Su tono alcanzaba en los corazones la potencia y la belleza de una trompeta idónea para el juicio final.

 Nadie podría explicar con certera justicia por qué Carlos Giménez era tan creativo, inteligente y  carismático, aunque la lectura constante y profunda tuvo mucho que ver. Pero ese modo de ser que no se detenía en obstáculos y que lograba despertar lo mejor de cada quién será siempre una virtud misteriosa.

Cuando falleció tenía 46 años de edad y una trayectoria inimaginable: había estremecido los escenarios de varios continentes con el grupo Rajatabla del Ateneo de Caracas. Se dirá, con mucha razón, que un año de Carlos Giménez equivalía a una década. Pero esa sensación solo persiste en el ánimo de quienes tuvieron el privilegio de ver las obras que él dirigía. 

En una entrevista con Viviana Marcela Iriart, Carlos Giménez dijo:

 “…Invariablemente hay temas que me preocupan como el aspecto de la intemporalidad: el teatro no es un video, no es una película, sino algo absolutamente transitorio en su esencia. Sabemos que cuando baja el telón hemos visto una función que no volverá a repetirse nunca jamás”.

Caracas, febrero 2016




CONTENIDO

Prólogo de José Pulido

Carlos Giménez: entrevista mayo 1984

Texto de Esther Dita Kohn de Cohen
Texto de Carlos Cassina


Entrevistas de vmi por orden alfabético

Aleandro, Norma
Azparren Giménez, Leonardo
Crítica “El Héroe Nacional” por Leonardo Azparren Giménez
Bellorín, Cecilia
Blanco, David
Candia, Marta
Gamus, Paulina
Gaviria, Aitor
Llanos, Gabriela
Martin, Sonia M.
Monasterios, Rubén
Muzo, Néstor
Pont, Marcelo
Pulido, José
Rueda, Francis

Cuatro Textos de Carlos Giménez

“Elomire, Hipocondríaco”, diciembre 1984
“El Grupo”, febrero 1985
“Carta al público”, marzo 1990  
 “El caballo de Troya”, abril 1992

Foto portada: Marta Mikulan-Martin












TE HE SOÑADO TANTO LIBERTAD, libro de poemas de BEATRIZ IRIART








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PRÓLOGO

La autora refleja en cada obra un popurrí de colores y trazos geométricos que nos hablan de sueños inconclusos, calles a medio cruzar, ventanas que se abren,  que nos marcan al observar los detalles milimétricos, esmerados y pulcros en la marginalidad de los neutros, los profundos, los cálidos.

Todos ellos nos embelesan junto a cada paso que trazamos para internarnos en las pausas, las otras miradas y todo aquello con lo cual ella silenciosamente nos traslada y sumerge en su creatividad de los días grises, los soles o la lluvia de estaciones paganas.

Logra con su pintura dejarnos pensativos o esbozar una sonrisa cómplice ante la creación de cada una de sus obras, obras en las cuales percibimos los destellos y umbrías de un pasado reciente y un presente onírico.

Le agradecemos su legado que nos permite saltar dos trazos de Rayuela y llegar al Cielo.


Beatriz Iriart
Poeta
City Bell
13-02-2017

 






HISTORIAS DE CRISI Y SU SICOANALISTA BERLIA, cuento largo o novela cortísima de viviana marcela iriart



Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia (fragmento)




Con todo mi amor a mi ex sicoanalista, Doris Berlín,
que me salvó el alma y la vida,
esta pequeña sátira sobre el psicoanálisis,
que tanto respeto.






CAPÍTULO I

Cuando Berlia llegó a la fiesta Crisi ya no tenía nada amable que decir. Había bebido lo suficiente, lo necesario, para encontrar su punto de lucidez. Es en esos momentos en que, al decir de sus amigos, su talento mordaz escupe mejor por su boca. Es el momento en que más trabajo tiene su secretaria, que graba todo lo que Crisi dice y quien, al día siguiente, se encarga de poner por escrito lo que ella dijo. De sus peores borracheras, afirma Crisi, han salido sus mejores escritos. “El talento sin el alcohol”, afirma, “es como el agua: calma la
sed pero no la lujuria”.

Pero no vayan a confundirse. Crisi no es mujer dada a criticar a otras. Le encanta que le cuenten un chisme pero de ahí a repetirlo… ella está demasiado embelesada con su propia vida como para dedicarle siquiera un minuto a la vida ajena. Por eso no notó la llegada de Berlia a la fiesta, tan elegante ella, tan gélidamente cálida, tan sensualmente sicoanalista. Y se fue. Rodeada de su séquito que nunca la abandona.

Berlia siempre ejercía una extraña fascinación sobre la gente. No era exactamente lo que se dice una mujer bella, no, era una mujer, ¿cómo se diría? extraña, sí, tal vez esa sea la palabra, una mujer extraña y misteriosa, tan majestuosamente extraña y misteriosa que se veía hermosa.

Hasta que Crisi se fue, la fiesta había estado, como siempre, en sus manos. Crisi no necesitaba hacer nada para ser siempre el centro de atención, ella simplemente era la reina de todas las fiestas, nadie podía escapar al magnetismo que ejercía su alegría y su locura. Y una reina nunca ocupa el espacio de otra, así que cuando Berlia llegó ocupó, sin ningún ánimo imperialista, su propio reinado. Es que Berlia siempre estaba ajena al impacto que causaba sobre los otros, esos otros que no podían evitar verla a hurtadillas, o descaradamente, mientras tomaba whisky importado, delicadamente, escuchando las conversaciones de su entorno. A veces ella se volteaba, como si sintiera que la estaban mirando. A veces también pasaba que la mirada indiscreta no se apartaba de sus ojos. Entonces ella miraba como sólo ella sabía hacerlo, con ojos de profundidad oceánica. Miraba muy seria, sin molestia, curiosidad o reproche. Ella miraba sólo para poner las cosas en su sitio, y las ponía. Aunque sólo fuera por un instante porque las personas, vencidas por su extraña magia, volvían sus ojos a ella una y otra vez. Berlia parecía darse cuenta de estas claudicaciones porque jamás, en una misma noche, miraba dos veces a una misma persona. Berlia era mujer de un solo
acto.




CAPITULO II

Crisi es tan excéntrica que en vez de usar zapatos usa medias.
Para no ensuciarlas o quemarlas con alguna colilla de cigarrillo tirada en el piso, sus asistentes van siempre delante de ella barriendo las veredas y las calles.

Crisi es tan alegre que nunca nadie ha podido verla triste.
Cuando ella ríe el sol se esconde para no quemarse con la blancura de sus dientes.




CAPITULO III

Cuando Berlia llega a su casa prende la contestadora automática. En vez de oír los mensajes los analiza. La contestadora a veces se enoja y le contesta (es una contestadora muy moderna, como todo en su vida). Berlia la amenaza: “o te callas o te desconecto”. La contestadora sabe que está en sus manos. Por eso la ama. Y por eso también, a veces, la odia.

(Lo que Berlia no sabe es que la contestadora, en venganza, no le graba algunos mensajes. Cuando Berlia se va la contestadora ríe metálicamente a sus espaldas).



CAPITULO IV
Consultorio de Berlia

Berlia está atendiendo a Crisi, que le recrimina que frente a un gran dolor el psicoanálisis no sirve. Berlia, por supuesto, no admite semejante disparate. “Ella no puede admitirlo”, piensa Crisi, “porque sería admitir la inutilidad de su propia existencia”.

Crisi le dice: “Vengo aquí a llorar un gran dolor y tú agarras mis lágrimas y analizas porqué caen y el porqué de su tamaño. No piensas en el dolor por sí mismo. El dolor, por si no lo sabes, es independiente de las lágrimas”.

Berlia responde: “Pienso en tu dolor, sólo que en las causas del mismo, no en sus consecuencias. Me interesa el contenido de la botella no el envase.”

“¡Oh, qué original!” -responde Crisi con ironía- “Tú lo estás admitiendo, claro está, tal vez sin darte cuenta. El psicoanálisis frente a un gran dolor es inhumano. A veces un buen abrazo es más eficaz que un buen análisis”.

Asombrada, Berlia pregunta: “¿Quieres que te abrace?”

Resignada y furiosa Crisi se encoge de hombros.

Lacónicamente Berlia dice: “Tú tienes que hablar de tus fantasías. Es muy importante. Yo no las conozco. Si tú no hablas de ellas yo no puedo adivinar. Soy analista no tarotista”.

Crisi sabe que esta conversación es inútil y Berlia también. Ambas saben que el sicoanálisis que práctica Berlia no admite contacto físico. El sicoanálisis tiene reglas que Berlia le impone a Crisi mientras le habla de libertad.

Berlia, elegantemente vestida de negro, tan moderna ella, se debate en su sillón, negro también, dispuesta a no admitir las fallas de su profesión.

Mientras la escucha, obviamente no puede verla porque está en el diván, Crisi prepara su respuesta con la perversa intención de molestarla, de herirla de muerte si fuera posible. Berlia domina tan bien la situación, y por ende a Crisi, que a ella le provoca meterle los dedos en los ojos para desestabilizarla, aunque sea por un rato.

“Si yo fuera capaz de liberar a mi agresividad en estos momentos”, piensa Crisi, “los diarios de mañana hablarían del asesinato de una sicoanalista en manos de una paciente furiosa de comprensión. Y sé que un ejército de pacientes y ex pacientes aplaudirían felices mi gesto a lo largo del mundo. De hecho, no creo que haya juez ni jueza capaz de condenarme por asesinar en legítima defensa. Berlia no tiene derecho a asesinar mis argumentos y a no ser condenada por ello”.

Berlia, en silencio, espera el contraataque de Crisi, un poco sorprendida de que no haya llegado ya.

“Pero, la verdad, me encanta discutir con Berlia porque ella es inteligente, tremendamente inteligente. Ella es como un cazador, acechando sigilosamente a la paciente, esperando con exasperante calma el momento exacto para disparar la palabra exacta y herir. A veces mortalmente.”

Berlia, con total despreocupación, analiza el estado de las uñas de sus manos. “Tengo que pasar por la manicure”, piensa, “este color no hace juego con mi nuevo vestuario. Y por cierto, hablando de vestuario… ¿seguirá esa oferta tan buena en “Mamarrachos”? ¡Vaya nombre para una tienda! pero su elegancia es de primera. ¿Y esta loquita que estará tramando que pasa tanto tiempo en
silencio?”


Crisi continúa enajenada por sus pensamientos: “Pero a veces logro alterarla. Y ella se escucha tan bella cuando esto sucede que me conmueve. Algunas veces, pocas lo admito, también he logrado que ella se devuelva por el camino de sus palabras y me dé la razón. Son mis pequeños triunfos, los que me permiten sobrevivir en esta batalla en donde llevo ya tantos fracasos. Cuando el psicoanálisis se vuelve guerra, yo vengo dispuesta a matar o morir por argumentos”.

“Ya lo decía mi madre”, piensa Berlia, “con los artistas mejor no tener relación. Son todos locos. Pasan de un estado al otro sin motivo aparente. Y si tienen mucho éxito, como Crisi, ¡válgame Dios! Su ego es tan grande como la carpa de circo más grande del mundo”.

“Pero la necesito”, se dice Crisi, “Y cuando más la amo es cuando más la odio porque odio amar unilateralmente. Berlia cree hoy que voy a dejar la terapia, que lo piense, ¡ja! Ella jamás va a saber que hoy la necesito más que nunca”.



La mano de Berlia persigue a un mosquito.
Falla dos o tres veces en su intento pero finalmente lo aplasta contra la pared.
Una mancha roja se impone sobre el blanco, acusadora.
La mano de Berlia también ha quedado manchada, las patas y las alas del mosquito se confunden con sus líneas.
Después de mirar pensativamente su mano, como si intentara descubrir algo en ella, agarra un pañuelo de papel y se limpia.
Estruja con placer el papel y lo arroja al tacho de basura sin que Crisi se haya percatado de nada.
El rojo de la pared, sin embargo, se hace más vivo.




“Si sus palabras pudieran ser tan lindas como su cabellera”, piensa Crisi viendo la imagen desdibujada de Berlia en la ventana, “Berlia conquistaría al mundo entero. Su cabello de miel, ¡y sin ninguna abeja!”



Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia (fragmento) 
Caracas 1989









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Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia






A door open to the sea, play by Viviana Marcela Iriart, August 2021

 



The stage is barely lit. “Porque vas a venir” (Because you’re coming), a song by Carmen Guzmán and Mandy, sung by Susana Rinaldi, is played until the characters speak. 

Dunia enters from the right side. She is excited and nervous. She sits down, stands up, walks from side to side. She is thrilled. She can barely hold her laughter. 

Sandra appears on the left side. She is nervous and excited, but she moves slowly, in a controlled way. She stops at the large window, which is softly lit with a warm glow. She looks inside but sees no one: Dunia has left the stage at that point. She moves towards the proscenium. Dunia enters and does not see her. She goes to the proscenium. 

Until indicated, Sandra and Dunia behave as if they were in a dream. They never touch or look at each other. When they speak, it seems like they are talking to themselves. 


SUSANA RINALDI

“Because you’re coming my old house

unveils new flowers throughout the railing.

Because you're arriving, after so long,

I cannot tell if I'm crying or laughing.

 

I know you're coming, though you didn't say it,

but you'll arrive one morning.

There's a song in my voice, I'm not so sad,

and a ray of sunlight is coming through my window.

 

Because you're arriving, after a long journey,

there's a different hue, a different landscape.

Everything shines a different light and has changed its way,

because you're arriving after all.

 

Because you’re coming, from so far away,

I've looked at myself in the mirror once again.

And how will they see me, I asked myself,

the eyes of this day I was waiting for.

 

Because you're arriving I wait for you,

because you love me and I love you.

Because you're arriving I wait for you,

because you want it

and I want it too.”




SANDRA (As if she were alone, without noticing Dunia)
And then I thought, will she have changed much? Have I changed so much?

DUNIA (With the same attitude as Sandra)
I was waiting impatiently. I looked at myself in the mirrors and wondered what look you’d give to these wrinkles that have surrounded my eyes without yours. Would you recognize me with these gray hairs I didn't tell you about?

SANDRA
The street in front of your house seemed to be the same. The orange tree in the corner where the greengrocer's was, the paving stones at Don Giuseppe’s store - still broken -, the magnolia tree that would never bloom. But above all, the smell of the orange tree announcing your house was nearby. It all looked the same.

DUNIA

Your voice on the phone, cheerful and teasing, here and not there once again, the same old voice, and I swear I could have eaten up the receiver to eat your voice so that you’d never be gone again.

SANDRA (She turns her back on her)

I admit it - I was scared. The doorbell was there, tiny and glossy. It looks like a nipple, I thought, a nipple inviting the erotic—but no, this little nipple-doorbell was inviting me to the past and I was saying: should I touch it, should I not? I would stretch a finger and stroke it slowly, without pressing, in case I could excite it and make it ring. My finger was bringing you back to my memory.


DUNIA (She turns her back on her)
I looked at you through the peephole, which of us did I see? Years flashed by in the glass eye and did not let me see you.

SANDRA (She comes forward slowly with her back to Dunia)
My finger was still on the doorbell. A door was coughing weakly and I listened to it. The little moaning nipple would not need to be touched. I crossed the doorstep and rested my chest, my whole body, on the door.

DUNIA (She comes forward slowly with her back to Sandra)
I saw you and I pressed my body on the exact same place as you had placed yours. A door divided us and bound us. I was drowning and I thought: there’s no shore near here or any lifeguard in this place.

SANDRA
Your breathing in my ear was suffocating me, it didn't let me think. I was going crazy, I was fainting.

DUNIA
The air from your mouth made me warm, and I was getting filled with sweet old memories. The air from your mouth was burning me, immolating me.

SANDRA (Stands very close to Dunia’s back, without touching it)
Your fingers scratching the wood, scratching and moaning like a stray cat about to give birth to dead memories.

DUNIA
I felt you were sliding down the door to the floor and I reached out to stop you from hitting it.

SANDRA
Your back was sticking into mine, piercing me. I felt pain, I felt pleasure.

DUNIA

You were crying—and you never cried—in a way that was new to me.


SANDRA
You were crying and in your tears was the same old pain I always remembered.

DUNIA
I heard you say: you’re back at last.

SANDRA
And I heard you answer: at last I’ve returned.

(...)

Fragment



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