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SI..., de CLAUDIA PATRICIA LOPEZ OSORNIO









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PRÓLOGO

La autora refleja en cada obra un popurrí de colores y trazos geométricos que nos hablan de sueños inconclusos, calles a medio cruzar, ventanas que se abren,  que nos marcan al observar los detalles milimétricos, esmerados y pulcros en la marginalidad de los neutros, los profundos, los cálidos.

Todos ellos nos embelesan junto a cada paso que trazamos para internarnos en las pausas, las otras miradas y todo aquello con lo cual ella silenciosamente nos traslada y sumerge en su creatividad de los días grises, los soles o la lluvia de estaciones paganas.

Logra con su pintura dejarnos pensativos o esbozar una sonrisa cómplice ante la creación de cada una de sus obras, obras en las cuales percibimos los destellos y umbrías de un pasado reciente y un presente onírico.

Le agradecemos su legado que nos permite saltar dos trazos de Rayuela y llegar al Cielo.


Beatriz Iriart
Poeta
City Bell
13-02-2017

 






HISTORIAS DE CRISI Y SU SICOANALISTA BERLIA, cuento largo o novela cortísima de viviana marcela iriart



Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia (fragmento)




Con todo mi amor a mi ex sicoanalista, Doris Berlín,
que me salvó el alma y la vida,
esta pequeña sátira sobre el psicoanálisis,
que tanto respeto.






CAPÍTULO I

Cuando Berlia llegó a la fiesta Crisi ya no tenía nada amable que decir. Había bebido lo suficiente, lo necesario, para encontrar su punto de lucidez. Es en esos momentos en que, al decir de sus amigos, su talento mordaz escupe mejor por su boca. Es el momento en que más trabajo tiene su secretaria, que graba todo lo que Crisi dice y quien, al día siguiente, se encarga de poner por escrito lo que ella dijo. De sus peores borracheras, afirma Crisi, han salido sus mejores escritos. “El talento sin el alcohol”, afirma, “es como el agua: calma la
sed pero no la lujuria”.

Pero no vayan a confundirse. Crisi no es mujer dada a criticar a otras. Le encanta que le cuenten un chisme pero de ahí a repetirlo… ella está demasiado embelesada con su propia vida como para dedicarle siquiera un minuto a la vida ajena. Por eso no notó la llegada de Berlia a la fiesta, tan elegante ella, tan gélidamente cálida, tan sensualmente sicoanalista. Y se fue. Rodeada de su séquito que nunca la abandona.

Berlia siempre ejercía una extraña fascinación sobre la gente. No era exactamente lo que se dice una mujer bella, no, era una mujer, ¿cómo se diría? extraña, sí, tal vez esa sea la palabra, una mujer extraña y misteriosa, tan majestuosamente extraña y misteriosa que se veía hermosa.

Hasta que Crisi se fue, la fiesta había estado, como siempre, en sus manos. Crisi no necesitaba hacer nada para ser siempre el centro de atención, ella simplemente era la reina de todas las fiestas, nadie podía escapar al magnetismo que ejercía su alegría y su locura. Y una reina nunca ocupa el espacio de otra, así que cuando Berlia llegó ocupó, sin ningún ánimo imperialista, su propio reinado. Es que Berlia siempre estaba ajena al impacto que causaba sobre los otros, esos otros que no podían evitar verla a hurtadillas, o descaradamente, mientras tomaba whisky importado, delicadamente, escuchando las conversaciones de su entorno. A veces ella se volteaba, como si sintiera que la estaban mirando. A veces también pasaba que la mirada indiscreta no se apartaba de sus ojos. Entonces ella miraba como sólo ella sabía hacerlo, con ojos de profundidad oceánica. Miraba muy seria, sin molestia, curiosidad o reproche. Ella miraba sólo para poner las cosas en su sitio, y las ponía. Aunque sólo fuera por un instante porque las personas, vencidas por su extraña magia, volvían sus ojos a ella una y otra vez. Berlia parecía darse cuenta de estas claudicaciones porque jamás, en una misma noche, miraba dos veces a una misma persona. Berlia era mujer de un solo
acto.




CAPITULO II

Crisi es tan excéntrica que en vez de usar zapatos usa medias.
Para no ensuciarlas o quemarlas con alguna colilla de cigarrillo tirada en el piso, sus asistentes van siempre delante de ella barriendo las veredas y las calles.

Crisi es tan alegre que nunca nadie ha podido verla triste.
Cuando ella ríe el sol se esconde para no quemarse con la blancura de sus dientes.




CAPITULO III

Cuando Berlia llega a su casa prende la contestadora automática. En vez de oír los mensajes los analiza. La contestadora a veces se enoja y le contesta (es una contestadora muy moderna, como todo en su vida). Berlia la amenaza: “o te callas o te desconecto”. La contestadora sabe que está en sus manos. Por eso la ama. Y por eso también, a veces, la odia.

(Lo que Berlia no sabe es que la contestadora, en venganza, no le graba algunos mensajes. Cuando Berlia se va la contestadora ríe metálicamente a sus espaldas).



CAPITULO IV
Consultorio de Berlia

Berlia está atendiendo a Crisi, que le recrimina que frente a un gran dolor el psicoanálisis no sirve. Berlia, por supuesto, no admite semejante disparate. “Ella no puede admitirlo”, piensa Crisi, “porque sería admitir la inutilidad de su propia existencia”.

Crisi le dice: “Vengo aquí a llorar un gran dolor y tú agarras mis lágrimas y analizas porqué caen y el porqué de su tamaño. No piensas en el dolor por sí mismo. El dolor, por si no lo sabes, es independiente de las lágrimas”.

Berlia responde: “Pienso en tu dolor, sólo que en las causas del mismo, no en sus consecuencias. Me interesa el contenido de la botella no el envase.”

“¡Oh, qué original!” -responde Crisi con ironía- “Tú lo estás admitiendo, claro está, tal vez sin darte cuenta. El psicoanálisis frente a un gran dolor es inhumano. A veces un buen abrazo es más eficaz que un buen análisis”.

Asombrada, Berlia pregunta: “¿Quieres que te abrace?”

Resignada y furiosa Crisi se encoge de hombros.

Lacónicamente Berlia dice: “Tú tienes que hablar de tus fantasías. Es muy importante. Yo no las conozco. Si tú no hablas de ellas yo no puedo adivinar. Soy analista no tarotista”.

Crisi sabe que esta conversación es inútil y Berlia también. Ambas saben que el sicoanálisis que práctica Berlia no admite contacto físico. El sicoanálisis tiene reglas que Berlia le impone a Crisi mientras le habla de libertad.

Berlia, elegantemente vestida de negro, tan moderna ella, se debate en su sillón, negro también, dispuesta a no admitir las fallas de su profesión.

Mientras la escucha, obviamente no puede verla porque está en el diván, Crisi prepara su respuesta con la perversa intención de molestarla, de herirla de muerte si fuera posible. Berlia domina tan bien la situación, y por ende a Crisi, que a ella le provoca meterle los dedos en los ojos para desestabilizarla, aunque sea por un rato.

“Si yo fuera capaz de liberar a mi agresividad en estos momentos”, piensa Crisi, “los diarios de mañana hablarían del asesinato de una sicoanalista en manos de una paciente furiosa de comprensión. Y sé que un ejército de pacientes y ex pacientes aplaudirían felices mi gesto a lo largo del mundo. De hecho, no creo que haya juez ni jueza capaz de condenarme por asesinar en legítima defensa. Berlia no tiene derecho a asesinar mis argumentos y a no ser condenada por ello”.

Berlia, en silencio, espera el contraataque de Crisi, un poco sorprendida de que no haya llegado ya.

“Pero, la verdad, me encanta discutir con Berlia porque ella es inteligente, tremendamente inteligente. Ella es como un cazador, acechando sigilosamente a la paciente, esperando con exasperante calma el momento exacto para disparar la palabra exacta y herir. A veces mortalmente.”

Berlia, con total despreocupación, analiza el estado de las uñas de sus manos. “Tengo que pasar por la manicure”, piensa, “este color no hace juego con mi nuevo vestuario. Y por cierto, hablando de vestuario… ¿seguirá esa oferta tan buena en “Mamarrachos”? ¡Vaya nombre para una tienda! pero su elegancia es de primera. ¿Y esta loquita que estará tramando que pasa tanto tiempo en
silencio?”


Crisi continúa enajenada por sus pensamientos: “Pero a veces logro alterarla. Y ella se escucha tan bella cuando esto sucede que me conmueve. Algunas veces, pocas lo admito, también he logrado que ella se devuelva por el camino de sus palabras y me dé la razón. Son mis pequeños triunfos, los que me permiten sobrevivir en esta batalla en donde llevo ya tantos fracasos. Cuando el psicoanálisis se vuelve guerra, yo vengo dispuesta a matar o morir por argumentos”.

“Ya lo decía mi madre”, piensa Berlia, “con los artistas mejor no tener relación. Son todos locos. Pasan de un estado al otro sin motivo aparente. Y si tienen mucho éxito, como Crisi, ¡válgame Dios! Su ego es tan grande como la carpa de circo más grande del mundo”.

“Pero la necesito”, se dice Crisi, “Y cuando más la amo es cuando más la odio porque odio amar unilateralmente. Berlia cree hoy que voy a dejar la terapia, que lo piense, ¡ja! Ella jamás va a saber que hoy la necesito más que nunca”.



La mano de Berlia persigue a un mosquito.
Falla dos o tres veces en su intento pero finalmente lo aplasta contra la pared.
Una mancha roja se impone sobre el blanco, acusadora.
La mano de Berlia también ha quedado manchada, las patas y las alas del mosquito se confunden con sus líneas.
Después de mirar pensativamente su mano, como si intentara descubrir algo en ella, agarra un pañuelo de papel y se limpia.
Estruja con placer el papel y lo arroja al tacho de basura sin que Crisi se haya percatado de nada.
El rojo de la pared, sin embargo, se hace más vivo.




“Si sus palabras pudieran ser tan lindas como su cabellera”, piensa Crisi viendo la imagen desdibujada de Berlia en la ventana, “Berlia conquistaría al mundo entero. Su cabello de miel, ¡y sin ninguna abeja!”



Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia (fragmento) 
Caracas 1989









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Historias de Crisi y su sicoanalista Berlia






A door open to the sea, play by Viviana Marcela Iriart, August 2021

 



The stage is barely lit. “Porque vas a venir” (Because you’re coming), a song by Carmen Guzmán and Mandy, sung by Susana Rinaldi, is played until the characters speak. 

Dunia enters from the right side. She is excited and nervous. She sits down, stands up, walks from side to side. She is thrilled. She can barely hold her laughter. 

Sandra appears on the left side. She is nervous and excited, but she moves slowly, in a controlled way. She stops at the large window, which is softly lit with a warm glow. She looks inside but sees no one: Dunia has left the stage at that point. She moves towards the proscenium. Dunia enters and does not see her. She goes to the proscenium. 

Until indicated, Sandra and Dunia behave as if they were in a dream. They never touch or look at each other. When they speak, it seems like they are talking to themselves. 


SUSANA RINALDI

“Because you’re coming my old house

unveils new flowers throughout the railing.

Because you're arriving, after so long,

I cannot tell if I'm crying or laughing.

 

I know you're coming, though you didn't say it,

but you'll arrive one morning.

There's a song in my voice, I'm not so sad,

and a ray of sunlight is coming through my window.

 

Because you're arriving, after a long journey,

there's a different hue, a different landscape.

Everything shines a different light and has changed its way,

because you're arriving after all.

 

Because you’re coming, from so far away,

I've looked at myself in the mirror once again.

And how will they see me, I asked myself,

the eyes of this day I was waiting for.

 

Because you're arriving I wait for you,

because you love me and I love you.

Because you're arriving I wait for you,

because you want it

and I want it too.”




SANDRA (As if she were alone, without noticing Dunia)
And then I thought, will she have changed much? Have I changed so much?

DUNIA (With the same attitude as Sandra)
I was waiting impatiently. I looked at myself in the mirrors and wondered what look you’d give to these wrinkles that have surrounded my eyes without yours. Would you recognize me with these gray hairs I didn't tell you about?

SANDRA
The street in front of your house seemed to be the same. The orange tree in the corner where the greengrocer's was, the paving stones at Don Giuseppe’s store - still broken -, the magnolia tree that would never bloom. But above all, the smell of the orange tree announcing your house was nearby. It all looked the same.

DUNIA

Your voice on the phone, cheerful and teasing, here and not there once again, the same old voice, and I swear I could have eaten up the receiver to eat your voice so that you’d never be gone again.

SANDRA (She turns her back on her)

I admit it - I was scared. The doorbell was there, tiny and glossy. It looks like a nipple, I thought, a nipple inviting the erotic—but no, this little nipple-doorbell was inviting me to the past and I was saying: should I touch it, should I not? I would stretch a finger and stroke it slowly, without pressing, in case I could excite it and make it ring. My finger was bringing you back to my memory.


DUNIA (She turns her back on her)
I looked at you through the peephole, which of us did I see? Years flashed by in the glass eye and did not let me see you.

SANDRA (She comes forward slowly with her back to Dunia)
My finger was still on the doorbell. A door was coughing weakly and I listened to it. The little moaning nipple would not need to be touched. I crossed the doorstep and rested my chest, my whole body, on the door.

DUNIA (She comes forward slowly with her back to Sandra)
I saw you and I pressed my body on the exact same place as you had placed yours. A door divided us and bound us. I was drowning and I thought: there’s no shore near here or any lifeguard in this place.

SANDRA
Your breathing in my ear was suffocating me, it didn't let me think. I was going crazy, I was fainting.

DUNIA
The air from your mouth made me warm, and I was getting filled with sweet old memories. The air from your mouth was burning me, immolating me.

SANDRA (Stands very close to Dunia’s back, without touching it)
Your fingers scratching the wood, scratching and moaning like a stray cat about to give birth to dead memories.

DUNIA
I felt you were sliding down the door to the floor and I reached out to stop you from hitting it.

SANDRA
Your back was sticking into mine, piercing me. I felt pain, I felt pleasure.

DUNIA

You were crying—and you never cried—in a way that was new to me.


SANDRA
You were crying and in your tears was the same old pain I always remembered.

DUNIA
I heard you say: you’re back at last.

SANDRA
And I heard you answer: at last I’ve returned.

(...)

Fragment



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LA CASA LILA, novela de viviana marcela iriart / octubre 2017








Esta historia que voy a contarles sucedió hace mucho.
En una época en que hombres y mujeres se desvivían, desolaban, revivían y morían, simbólicamente, por pasiones tan primitivas y lejanas como el amor.
Una época en que el amor se hacía cuerpo a cuerpo, sudor contra sudor, gemido sobre gemido.
Después llegó  Internet.
Y la paz a los corazones.
Y el aburrimiento.
Será por eso que mis jóvenes amigas disfrutan tanto con esta historia  y me piden una y otra vez que se las cuente.


Todo sucedió en una semana.
En apenas siete días y siete noches.
Un sábado tenía cuarenta años, el siguiente cien.
Me volví sabia.
Y esa sabiduría producto del placer, que casi siempre está ligado al dolor, porque amar también duele, no me envejeció.
Por el contrario, puso en mis ojos un brillo único y perenne, con el que todavía seduzco a las personas que prefieren los ojos humanos a los de las computadoras.
Yo nací, morí y volví a nacer en una semana.
Después de eso nunca volví a ser la misma.
Fui mejor.


Capítulo I

Fabián me habla por teléfono. Mientras lo escucho miro por el ventanal de la sala: Juan, el jardinero  de la eterna boina negra, recoge los residuos de la pirotecnia usada para despedir al año.

- ¿No le diste franco? -pregunté a Abuela al verlo, mientras desayunábamos.
- No tiene familia, almorzará con nosotros. Le dije que no hiciera nada pero ya conocés a Juan, si no hace algo se muere.

Abuela es de origen aristócrata pero anarquista. La adoro. Sus antepasados pelearon, y se destacaron, en las luchas por la Independencia y en la Campaña del Desierto,  y a punta de matar indios e indias se fueron quedando con miles de las mejores tierras de la provincia de Buenos Aires.
Abuela siempre sintió vergüenza, y por eso también la amo tanto,  por esa fortuna amasada con sangre, como si la fortuna casi siempre no se obtuviera de esa forma.
Abuela tiene chofer pero prefiere, a sus ochenta años, subirse a su bicicleta roja e ir a comprar el pan en la panadería que está en el centro del pueblo.

- ¿Para qué tenés chofer?  -le dice mi hermano maliciosamente, porque no la entiende.
- Para crear  una fuente de trabajo. ¿O vos no sabés que hay desempleo? –le responde ella con una sonrisa burlona, sin inmutarse.

Abuela tiene una hermosa cabellera ondulada, fuerte, de moderno corte, que brilla intensamente bajo el sol y en las noches se ilumina como una perla.

El cabello de Abuela, que quedó completamente cana a los cincuenta años y se negó a teñirse pese a la presión familiar y social, fue siempre motivo de conversación, porque nunca se ha visto un cabello blanco, negro, rubio, más seductor que el de ella.
Abuela lo sabe y cuando anda en su bicicleta juega a conquistar al viento, a los árboles, a los ojos que espían tras las ventanas a tan especial y adorable señora. Abuela  regresa a la casa tan feliz, con la cesta cargada de pan caliente, que los pájaros parece que cantaran sólo para ella.
Yo la visito una vez al año, por pocas semanas, y nunca me canso de admirarla con los ojos.
Abuela es hermosa porque nunca permitió que el mal se instalara en sus venas por mucho tiempo.
Abuela perdona pero no pone la otra mejilla.
Sus ojos negros, profundos, guían como faros en la noche a las almas perdidas.
Abuela es la gurú de una secta que no tiene nombre pero  sí cientos de seguidores. ¿Lo sabe ella? Cuando se lo digo ríe y su rostro adquiere la frescura  de una adolescente.
Abuela casi no tiene arrugas porque nunca supo lo que era el odio. La rabia sí, porque las mujeres no tenían derechos ni libertad en su época. El  bisabuelo la conocía bien. Junto con la herencia le dejó un testamento en el cual impedía que se despojara de sus posesiones. Abuela no se amilanó. Convirtió la estancia en una cooperativa agrícola-ganadera y en unos años duplicó la herencia de su padre: Abuela era generosa e idealista pero también una excelente empresaria y sabía que para mejorar el mundo hacía falta buena voluntad, buenas ideas, pero también dinero, mucho dinero.

Abuela es pequeña, no alcanza el metro sesenta, y es tanta su energía que cuando camina parece que avanzara en sus pies un batallón de elefantes.
Adora cocinar y prepara sabrosos platos para ella y para sus invitados, que nunca faltan a diario en su casa. Comer en su mesa es llevar a la boca los más deliciosos manjares.
Abuela no se priva de nada, come con alegría y en abundancia, bebe con placer el vino que cosechan sus nietos y en su estómago siempre hay un lugar especial reservado para los postres.


- ¿Me estás escuchando? –dice Fabián trayéndome a la realidad.
- Claro.  Me estabas hablando de una fiesta de  disfraces. ¿En casa de quién?
- No los conocés. Es un matrimonio joven que se mudó el verano pasado, cerca de la casa de tu abuela y construyeron  un chalet muy lindo de dos pisos, algo excéntrico para este pueblo en opinión de varios pobladores. Pero a mí me encanta, y ellos son divinos, estoy segura de que te van a encantar.
- ¿Cuán jóvenes?
- ¿Y esa pregunta tan extraña? Ella debe tener 30 y él un poco más.
- La que no pregunta es dueña de todas las respuestas pero también de todas las incertidumbres. Proverbio chino. – Fabián ríe porque sabe que estoy inventado-. ¿El chalet pintado de lila suave?
- Exactamente.
- Qué curioso. He pasado varias veces por allí y siempre me llamó la atención. Me preguntaba quiénes osaban desafiar de esa manera la férrea tradición del lugar.
- Bueno, ahora tenés la oportunidad de conocerlos. ¿Venís?
- Voy.



Capítulo II

Me encuentro más en los recuerdos de los otros que en mis propios recuerdos.

Quizá porque me he mudado tantas veces de casa y de país, ya no hay en mi memoria espacio para el recuerdo.

 Es por eso que cada vez que vengo me encuentro con la niña y la joven que fui y no la reconozco.

Así, de los retazos de los recuerdos de los otros, reconstruyo mi pasado.

No siempre tengo ganas de que eso suceda.

Pero los que nunca se han movido, o lo han hecho poco, tienen una obsesión por volver al pasado porque es la única forma que tienen de irse.



La Casa Lila (fragmento)
© viviana marcela iriart






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